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sábado, 16 de junio de 2012

El Consejo Asesino- Capítulo II (PT 1)


Mi mamá cocinaba unas deliciosas galletas de avena. Eran tan suculentas, que podías sentir de una manera fácil, como se deshacían en tu boca.

Ese día era el día de mi cumpleaños, 23 de abril. Estaba muy ansioso de que mi padre llegara a casa, me abrazara, me levantara y me dijera; “Felices 12 chaparro”.

Yo en verdad apreciaba y quería mucho a mi padre, y si hay algo que deseo con todo mi corazón, es poder volver a estar con el unos pequeños instantes.  Mi hermano, en ese entonces el pequeño Tony, solo me repetía constantemente “Feliz cumpleaños” pues nunca ha sido muy expresivo en cuanto a lo que siente por los demás.

Aquel día, mi madre había cocinado un exquisito pastel de manzana, (mi favorito) y también, había cocinado unos pequeños canapés. Sí algo le he de reconocer a mi madre, es el delicioso sazón que poseía. Siempre me gustaba mucho ir a comer con ella, no había necesidad de ir a un buen restaurante, porque mi mamá era una gran chef.  A papá siempre le gustó la comida de mi madre. Pero a veces siento, que no era del todo la comida, pienso que nunca dejo de estar enamorado, yo lo admiraba mucho, pues era el mejor abogado de todo nuestro condado, era el hombre americano que resolvía los problemas grandes, y todo mundo andaba detrás de él.

Se llamaba Bob Waterhouse Jr. Su historia es muy parecida a la mía, solo que él nunca recurrió al mal para ser feliz. Sus padres habían muerto en un accidente, aparentemente causado por el Congreso.

El Congreso, era una empresa llevada a la bancarrota, pues tan solo 10 años después de su apertura, el gobierno descubrió un negocio ilícito en las instalaciones de la factoría. La prostitución, el tráfico de drogas, y el robo de combustible eran solo algunas cosas que El Congreso solía llevar a cabo.

Hubo demasiadas denuncias, y por lo tanto, se requirió de un Juzgado para declararlos culpables. El dueño de la empresa, llamado Charles Glohaveland, acudió para declararse inocentes de todo acto ilegal ocurridos dentro de su empresa.

Mi abuelo, Bob Waterhouse, era un hombre dedicado a su trabajo, y así como mi padre, era de los mejores abogados del país. El y Charles habían sido amigos desde su infancia. Mi padre me platicó alguna vez, que Charles le había ofrecido al abuelo unirse al Congreso, más sin embargo, el nunca accedió, pues sabía los negocios chuecos que el Congreso ocultaba.

EL juez había pedido, en defensa pedida por el acusado, a mi abuelo para ser su abogado. Una tarea difícil sin lugar a dudas.

Los cargos se presentaron, las pruebas también, los testimonios no faltaron. Y entonces llegó la defensa del acusado. Mi abuelo, nervioso, subió al estrado, y según mi padre, solo pudo decir “Declaro a mi cliente culpable de todo cargo, no he reunido las pruebas suficientes para demostrar lo contrario.”

El auditorio se quedó callado. Era la primera vez que mi abuelo no defendía a su cliente como debiera. Dicen que mi abuelo derramó una lágrima. Algo había pasado, y nadie, nunca, supo que fue.

El juez dio un martillazo, lo condenó a la silla eléctrica, y ordenó que Charles fuera llevado a prisión de inmediato. El señor Glohaveland solo lo miró, le hizo una mueca de disgusto, y salió de la sala.

OcJaimes

martes, 12 de junio de 2012

la polilla en el televisor segunda parte


El hombre estaba indignado, como era posible que así sin más el televisor se hubiera apagado, la luz de su lámpara de noche que estaba al lado del sillón seguía encendida entonces no era probable que fuera un apagón y además no tenia gato que jugara con los cables, por lo tanto no podía estar desenchufada. Decidió levantare del sofá e intentar averiguar qué sucedía, ya que no sabía cómo empezar, decidió darle unos cuantos golpecitos para que reaccionara, lo que obviamente no hiso, esto le enfureció un poco y le dio unos golpes un algo más fuertes, pero… nada, pensó en desarmarla pero se dio cuenta que no sabía nada sobre como reparar televisores y al mismo tiempo recordó haber contratado una garantía de 2 años para el aparato, por lo menos recordaba haberla guardado en algún lado, claro que podía olvidarse totalmente de la garantía, llamar a un técnico independiente y que se la arreglara en unos cuantos días.
-pero, por que pagar por algo que puede ser gratis? –pensó en vos alta-
Entonces decidió buscar aquella nota que debería estar por algún lado de su departamento.
Comenzó paseándose por los pasillos de su departamento revolviendo cajones y abriendo cajas de objetos olvidados, cuando se dio cuenta de que había agotado las improbabilidades decidió buscar en el lugar más obvio: la biblioteca. Un lugar donde iban a parar sus desintereses ya que no era muy habido a la lectura, sin embargo poseía una colección de libros bastante extensa que había heredado de su abuelo. Los libros estaban en sus respectivas repisas contemplando el caos que estaba debajo de ellos, en el suelo, las cajas se amontonaban dificultando el paso, cajas llenas de archivos viejos de la empresa, que al igual que los libros, le parecía coherente conservar por si algún día valían algo.
Se adentro entre el desorden que conformaba su biblioteca para buscar algo que le había parecido inútil en un principio y que ahora era tan importante encontrar para recuperar el estilo de vida que había perdido tan solo hace unas cuantas horas.

Movía cajas aquí y allá, levantaba papeles, se quejaba de su propio desorden y forzaba su memoria a recordar donde había dejado el maldito papel, al parecer no era de mucha ayuda, pues por mas que se esforzara no recordaba nada además del hecho de que sabía que estaba allí, esto le frustro y le hiso perder la paciencia. Y en ese pequeño arranque de ira y frustración, pateo unas cajas amontonadas cerca de la entrada de la biblioteca, las cajas de encima resbalaron por el golpe, despilfarrando por el suelo documentos y objetos de oficina, hecho que le pareció  acreedor de una  serie de maldiciones. Cuando termino de recoger los papeles, una chispa se encendió en su memoria, recordaba haber puesto esa caja allí, y también recordaba que no solo había cajas en ese montículo de papel y cartón, movió a un lado el resto de las cajas y encontró un mueble parecido a un buro combinado con un cofre: Ahora su memoria empezaba a funcionar.