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viernes, 18 de mayo de 2012

El Consejo Asesino-Capítulo 1 (PT2)


Estaba tirada en la cama, con aquel hombre. Era un hombre negro, de ojos cafés cabello rizado, y grandes agallas. Ella sabía como era yo de explosivo. Ella sabía muy bien  que era bastante enojón, y que, también la infidelidad era algo que no toleraría. Lo sabía porque ya había pasado una vez, pero bien es sabido, que el que pudo una vez, puede dos veces, y no fue sino hasta esa tarde que yo lo comprobé.  

Ambos sudaban, y el sonido de la puerta abriéndose interrumpió el orgasmo de mi esposa y la corrida de aquel negro a punto de suceder.  Me quedé como en shock. Mirar esa escena era de lo más asqueroso.

Mi esposa se levantó de nuestra cama, me miro y me dijo: -  Lo lamento tanto Tom, no quería que te enteraras de esta manera.- Al parecer no escuché eso. El hombre negro se levanto, se puso el pantalón, y pude ver el emblema de la policía. Levantó su saco, lo sostuvo, y alcance a ver otro emblema igual. De repente, la puerta del baño privado de mi habitación, se abrió, y vi salir a otro policía. Al parecer mi esposa era fanática de los tríos-cosa que nunca supe hasta ese día-ambos me observaron. La sangre de mi madre estampada en mi ropa, no era benigno para esta situación. Pero solo había alguien que pudo haber introducido esos hombres a mi casa, y no era mi mujer.

Mi hermano era un agente de la policía, ocupaba el cargo de detective, su nombre era Anthony Waterhouse. Yo solía decirle Tony. De inmediato mi mente se transportó al día en que mi hermano recibió su placa.  En mi casa, había fiesta, todo porque mi querido hermano había sido, honrosamente, nombrado detective de nuestro condado. Su motivación para el estudio de la criminología, y más tarde, incursionar en las artes detectivescas, fue el asesinato de mi padre. El murió cuando yo tenía 12 años, y mi hermano, 6. Lo mataron en la puerta de nuestra residencia, y nunca nadie supo quien fue. Yo saqué la conclusión que ese caso nunca fue investigado. Pero temprano lo olvide, más no mi hermano.

El fue siempre el consentido de mamá, pues el no causaba problemas en la escuela, el no le hacía pagar $500 billetes verdes al mes por un psiquiatra. Ella siempre dijo, que yo estaba enfermo, que era un insano y que nunca iba a prosperar en lo que ella llamaba vida. A partir de ahí yo solo me etiqueté, pero no le creí que estaba enfermo hasta ese día en que la asesiné. Yo era un simple vendedor de créditos y saldos para microempresas, Tony, por el otro lado, era ya un afamado y el mejor detective del condado. Su nómina era 100 o 200% más grande que la mía. Era soltero, y no tenía preocupaciones. Pasaba sus descansos con mamá, y yo pasaba mis descansos en aventuras sexuales con mi esposa.

Pero sin más preámbulos, y volviendo a mi narración, mi hermano introdujo a esos policías a mi casa un día que había venido de visita, a investigar extraños robos. Mi esposa era muy atractiva, imán de pervertidos, pero gracias al cielo, yo era el único que podía hacerla suya en la noche. O por lo menos eso siempre pensé. Recordé ese día, recordé a Tony.

Me volví a los policías, y los noquee a puñetazos. Seis o cuatro golpes en la cara de cada uno de ellos, bastaron para hacerlos perder la conciencia el tiempo suficiente como para hacerme cargo de mi esposa.

La tomé de su aromoso y exquisito cabello, le aseste dos cachetadas, duras y dolorosas, tumbándole dos dientes. Después, ignorando sus gritos de auxilio y de dolor, la ahorqué. La agarré del cuello muy fuerte, y la apretaba cada vez más. Su cara se fue tornando al color azul, y de pronto, dejó de respirar. La solté en el suelo y le puse dos patadas más, en la cabeza. Fue hasta ese instante en donde vi lo bella que era ella.

OcJaimes












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